Durante décadas, la obesidad fue vista como una mezcla de culpa y juicio moral. Se hablaba de “falta de voluntad”, “malos hábitos” o “descuidos personales”. Pero la evidencia científica ha dejado claro que reducirla a una cuestión de disciplina es tan simplista como injusto: la obesidad es una enfermedad compleja, con causas biológicas, sociales, ambientales y emocionales profundamente entrelazadas.
Italia acaba de dar un paso histórico hace unas semanas, al reconocerla por ley como una enfermedad crónica, progresiva y recidivante. Este cambio va más allá del contexto semántico; implica que el Estado acepta su responsabilidad de garantizar atención médica, prevención y tratamiento integral, y no solo campañas de sensibilización para la pérdida de peso. En otras palabras, se deja de culpar al paciente para atender el problema con una perspectiva desde la salud pública.
En México, la situación es un tanto ambigua. Aunque la Norma Oficial Mexicana NOM-008-SSA3-2017 ya define la obesidad como la enfermedad caracterizada por el exceso de tejido adiposo en el organismo, la cual se determina cuando en las personas adultas existe un IMC igual o mayor a 30 kg/m² y en las personas adultas de estatura baja igual o mayor a 25 kg/m², pero en la práctica, las políticas públicas siguen tratándola más como un “factor de riesgo” que como una condición médica por derecho propio.
La consecuencia es visible: millones de personas con obesidad enfrentan estigma, exclusión social y barreras para acceder a tratamientos especializados o cobertura médica. El contraste entre Italia y México pone sobre la mesa una pregunta urgente: ¿qué hace falta para que el sistema de salud mexicano aborde la obesidad con la misma perspectiva integral con la que atiende la diabetes o la hipertensión? Tal vez el primer paso sea mirar más allá de la báscula y ver a las personas: sus contextos, sus emociones, su entorno alimentario, su salud mental y crear un ambiente salutogénico en nuestras comunidades, enfocados realmente en la prevención.
Reconocer la obesidad como enfermedad no significa precisamente normalizarla, sino humanizar su abordaje. Significa comprender que detrás de cada cuerpo hay una historia biológica y social, y que la respuesta debe ser médica, empática y estruct