En México, hablar de juventudes y adicciones es hablar de un cruce complejo entre desigualdades, salud mental, violencias y, al mismo tiempo, de resiliencia y creatividad. Las cifras más recientes del Observatorio Mexicano de Salud Mental y Consumo de Sustancias muestran un cambio importante en los patrones de consumo: cada vez más jóvenes inician a edades más tempranas, y se diversifican las sustancias, desde alcohol y tabaco hasta estimulantes, opioides y drogas sintéticas. Todo esto ocurre en un contexto donde la atención a la salud mental sigue siendo una deuda estructural, particularmente en las regiones más vulnerables del país.
En medio de esa realidad, la política pública federal intenta construir nuevas rutas. Un ejemplo reciente es el curso “SanaMente LibreMente: jóvenes por La Paz y contra las adicciones” de la plataforma SaberesMX, impulsada por la Secretaría de Educación Pública. Su objetivo es claro: ofrecer contenidos formativos, accesibles y con base científica para que docentes, familias y personal comunitario comprendan mejor los factores de riesgo, los signos de alerta y las posibilidades de intervención temprana.
Esta iniciativa reconoce algo fundamental: la prevención no puede limitarse a mensajes de prohibición. Requiere educación emocional, alfabetización científica y desarrollo de habilidades para la vida, a lo largo de todo el ciclo vital. El mensaje de fondo es pertinente: las juventudes no necesitan más estigmas, necesitan acompañamiento informado, espacios seguros para participar y adultos que sepan escuchar y orientar.
En un país donde las adicciones amenazan la vida de tantas juventudes, promover una cultura del conocimiento e identificar acciones que promuevan emociones positivas, también es una forma de prevención. No es casualidad que muchos programas de intervención temprana incluyan actividades artísticas, lecturas compartidas, narrativas y diversos proyectos culturales. El arte, la cultura, y especialmente la lectura, ofrece algo que ninguna sustancia puede dar: sentido, pertenencia y la posibilidad de imaginar futuros distintos.
Por eso, mientras la FIL late en cada pasillo y miles de jóvenes buscan su próxima lectura —quizá incluso su próxima pasión literaria—, conviene no olvidar que en ese encuentro también hay una oportunidad para construir otra historia.
México tiene un enorme desafío frente a las adicciones, pero también una gran fuerza: sus juventudes, su cultura y su capacidad de reinventarse. Tal vez, entre un libro y otro, encontremos algunas claves para acompañarles mejor y para tejer, junto con ellas y ellos, rutas más seguras y más dignas para vivir.