El pasado 16 de diciembre, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó una declaración histórica en respuesta global a las enfermedades no transmisibles (ENT) —como el cáncer, la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y respiratorias crónicas—, así como en la promoción de la salud mental. Por primera vez, ambos desafíos se abordan conjuntamente en un marco internacional, con metas concretas hacia 2030 e indicadores claros para evaluar el progreso.
Este consenso internacional subraya una realidad ampliamente respaldada por la evidencia: las ENT no pueden entenderse únicamente como un problema clínico, sino también como un fenómeno estrechamente relacionado con el desarrollo sostenible, la equidad y la justicia social. Su distribución y carga están fuertemente determinadas por factores como el acceso a una alimentación saludable, la disponibilidad de entornos que favorezcan la actividad física, la regulación de la producción y la publicidad de alimentos, y la capacidad de los sistemas de salud para integrar de manera efectiva la prevención, la atención y la rehabilitación.
La declaración establece objetivos ambiciosos, entre ellos, reducir en un tercio la mortalidad prematura por ENT y garantizar que al menos 150 millones de personas adicionales cuenten con acceso efectivo a servicios de salud mental o con el control adecuado de la hipertensión. En ese sentido, convertir estas metas globales en acciones concretas a nivel nacional y local resulta indispensable, especialmente en contextos marcados por rezagos estructurales y una elevada carga de enfermedad. En México, el impacto de las ENT y de los trastornos de salud mental es significativo y se traduce en una presión sostenida sobre las familias, los sistemas de salud y la economía.
Desde el ámbito universitario, este contexto global encuentra una resonancia clara. El Plan de Desarrollo Institucional 2025-2031 de la Universidad de Guadalajara, encabezado por su rectora general, Karla Planter, pone énfasis en el fortalecimiento de la salud pública, la formación de profesionales con sensibilidad social y la generación de conocimiento con impacto real en la comunidad. Se trata de una apuesta institucional que dialoga directamente con los planteamientos de esta declaración internacional.
El desafío es evidente: No basta con educar para la salud; es necesario educar desde la salud. Esto implica incorporar la promoción de entornos saludables en los planes de estudio, en las agendas de investigación y en los vínculos con la sociedad, como parte de una responsabilidad compartida.
Porque, al final, la salud no es únicamente la ausencia de enfermedad: Es equidad, bienestar y dignidad.