¿Sheinbaum contra Zedillo? Ese no es el “segundo piso”
Después de la agitación nacional que provocó la reforma al Poder Judicial, en esa historia truculenta que se desarrolló en las cámaras de Diputados y Senadores, incluyendo las protestas de trabajadores, jueces, magistrados y ministros, junto con la firma y publicación que, triunfante, compartió el presidente Andrés Manuel López Obrador en sus redes sociales, lo que ha sucedido después ya se preveía: críticas, protestas y resistencias por la vía legal. En este escenario, sorprendió la reaparición de Ernesto Zedillo Ponce de León, ex presidente del país en el sexenio 1994-2000, para asegurar que la reforma judicial sienta las bases para acabar con la democracia e instalar una tiranía en México.
La reacción del presidente López Obrador fue congruente con su estilo y lenguaje: señala a Zedillo de hacer el ridículo y se burló de él en la mañanera, como lo hizo con los muchos críticos que en el camino, cuestionaron la reforma.
En el presidente López Obrador es normal. Pero en cambio, provocó estupor la reacción de la presidenta electa Claudia Sheinbaum Pardo. También ella, ante los medios de comunicación, se lanzó contra el ex mandatario Zedillo y lo acusó de pertenecer al “viejo régimen”. Olvidó, al defender la reforma judicial que no es suya, sino obra e iniciativa de López Obrador, que colaboradores de ese viejo régimen de la época zedillista, hoy son funcionarios en el gabinete obradorista, como el director de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) Manuel Bartlett, o el ex director de Segalmex, Ignacio Ovalle.
Se impone hacer un par de apuntes sobre esto.
El primero es cuestionar: ¿Ernesto Zedillo carece de derecho y razón para apuntar los riesgos que implica la reforma judicial y que ya han sido denunciados? Evidentemente no.
Si bien el ex presidente Zedillo puede ser cuestionado como ex mandatario del país y los simpatizantes de Morena le negarán toda autoridad moral para opinar sobre ésta o cualquiera de las reformas obradoristas, no es posible cerrar los ojos a los argumentos que indican el debilitamiento del Poder Judicial que se derivará de las reformas.
Hay que reiterarlo: la reforma y sus modificaciones, incluida la elección de jueces, magistrados y ministros, está sujeta a una serie de supuestos ingenuos. Porque sólo siendo ingenuo se puede aceptar que sólo porque sean electos en votación popular, los integrantes del Poder Judicial erradicarán corrupción, privilegios, nepotismo y sobre todo, retraso en la impartición de justicia. El tiempo ya lo revelará.
El otro punto, y más importante en este espacio: ¿La presidenta electa Claudia Sheinbaum tiene que subirse a la ola de discusión y defensa de las iniciativas obradoristas? Es un error.
La primera presidenta electa en la historia del país no tiene necesidad de unirse a los incondicionales del presidente López Obrador. Ellos forman parte, como lo ofreció en campaña, del “primer piso de la 4T”; forman parte de los “otros datos” y de las imposiciones unilaterales del mandatario saliente.
Claudia Sheinbaum, y así lo ofreció ella, representa el “segundo piso de la 4T”. Sus miras, sus discursos, sus objetivos, deben ser más altos.
Es verdad que Sheinbaum se unirá al culto desbordado a López Obrador. Ya tendrá ocasión de impulsar iniciativas para generarle nichos de veneración. Pero con todo y eso, ella sabe de los numerosos problemas que le heredará su patrocinador político.
Aunque López Obrador lo abarque todo y no permita ni un pequeño espacio en el ocaso de su sexenio, lo mejor que puede hacer la futura presidenta es desprenderse de las viejas polémicas. De ella se espera que ese “segundo piso” no insista en los errores obradoristas.
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